Liniers Macanudo

miércoles, 18 de abril de 2012

Amar una biblioteca, robar una biblioteca (dudosísimo triunfo a la vista II)

En tiempos de celebración del libro, el idioma, el lenguaje, etc., cuando más ajetreado está el bibliotecario planeando, organizando y haciendo ferias de libro escolares, exposiciones temáticas o eventos lúdicos en este abril quijotesco (o shakespiriano), quiero hacer una alto en el camino y darle unos minutos de silencio a los libros caídos.

(...)

Hablando de la diverisad idiomática del mundo hispanoahablente, recuerdo el significado que le damos en Colombia al verbo aguantar (que la RAE define como: 1. tr. Sostener, sustentar, no dejar caer; 2. tr. Reprimir o contener; 3. tr. Resistir pesos, impulsos o trabajos; 4. tr. Soportar, tolerar a alguien o algo molesto o desagradable). Cuando algo aguanta para un colombiano quiere decir que "vale la pena" o que sería "bueno o deseable en el momento": aguanta una limonada con este calor que hace, esa pelada (muchacha, joven mujer, maja, etc) aguanta, mucho; aguantan unas cervezas (chelas, birras, frías, rubias, cañas, etc). Y lo recuerdo porque lo que más aguanta para muchos de los individuos de mi zoociedad es "hacer el daño", que no significa  otra cosa que cometer un acto delictivo para el beneficio propio. Y lo que quiero confesar con todo esto es que me he enterado que a mi biblioteca aguanta hacerle el daño. Osea, que me han robado, señores.

Pero no me quiero quejar, yo también soy parte de mi zoociedad, creo casi firmemente que cuando a una biblioteca aguanta hacerle el daño es porque en definitiva tiene muy buenos libros. Ayer hice una ronda por mis estanterías y confirmé ya con resignación que me faltan dos libros (Nada, de Janne Teller y Las Formas De La Pereza, de Hector Abad Faciolince) y ambos libros fueron comprados bajo mis criterios. Esto tiene que ser una forma de elogio. Nada es un libro increíblemente perturbador, tuvo una creciente cadena de lectores antes de sumirse en el vacío del bolsillo de alguno de los usuarios; por otro lado, el libro de Faciolince ni siquiera tuvo la oportunidad de ser catalogado y prestado, lo tomaron del exhíbidor de novedades, su atractivo título fue su perdición.

Porque uno espera que los estudiantes se acerquen a los libros y los lleven prestados a sus casas, tolera que tarden en devolverlos a la biblioteca más del tiempo acordado, aguanta  con gusto (ya en su uso más RAE) sus balbuceos argumentativos sobre las cosas buenas que tiene el texto; pero que el libro despierte en él sus deseos más egoístas y lo robe de biblioteca, eso ya es el cielo. Seguramente se ganará un circulo en el infierno donde sea bliotecario, pero yo camino como entre nubes cuando pienso en estas pérdidas y espero el mejor de los finales para mis queridos libros.

Antes que un presupuesto para cámaras de vigilancia, voy a pedir a los administrativos del colegio más dinero para comprar libros.