El sexo es sucio solo cuando se hace bien. Woody Allen.
En un Febrero de hace tiempo, por ser el mes de San Valentín, decidí matar la cursilería y llamar las cosas como son: en literatura no existe la literatura de amor o la literatura pornográfica, solo existe la literatura erótica (un amigo le llama “literatura de una solo mano”), son los matices entre la idealización y la descripción explícita del acto sexual los que dan ciertos niveles de pudor en las obras, pero en realidad todo iría al mismo costal.
Busqué entonces literatura que usara el erotismo como materia prima y me encontré con vampiros adolescentes buscando el amor eterno (¿qué diria Drácula?), así que los deseché; busque literatura que tuvieron por tema el amor y las maneras como este nos define, encontré pseudodiarios de escolares populares, enamoradas ellas de adolescentes de espaldas anchas, cabellos lisos y vestidos con buenas marcas; casí vomité.
¿Dónde estaban las historias de los colegiales enamorados de sus profesores, del impúber enamorado de su madrastra? ¿Dónde las novelas de hombres que para encontrar su amor ansiado ya en la vejez tuvo que pasar por el cuerpo de cientos de mujeres? Ahí estaban, justo a lado de aquellos libros de erotismo edulcorado y bien vestido, solo que con portadas menos a la moda y muchas más páginas ¿Cómo hacer para que los miraran con morbo lector, para que no pasaran desapercibidos? Cortinas rojas, pensé...
...Y un zoom de telenovela melodramàtica, y una canción de fondo para motel barato.