Trabajo en un colegio privado de la ciudad de Cali, en los colegios privados los profesores y empleados vuelven de vacaciones mucho antes que en los oficiales, lo hacen para planear clases y calendario del año que ya va llegando. Los maestros antiguos hacen lo que ya saben hacer y los nuevos aprenden a hacerlo de una manera diferente a como lo venían haciendo. El bibliotecario, que soy yo, cuando es nuevo, como yo, se queda mirando los muebles con los libros dormidos ahí, en orden y muy firmes. El bibliotecario en tiempos de planeación no planea, fantasea.
Sin contenidos específicos o currículo propio no hay más que llamar a lista los libros en los muebles, lo hago para reconocer a los viejos conocidos. El historial lector es lo único que tiene el bibliotecario para empezar. Por delante solo me queda recordar lo mucho que me gustaron o lo importantes que me parecen los libros que conozco, por delante solo queda fantasear el momento de leerlos a los estudiantes. Ellos están ahí firmes y ordenados como soldaditos de plomo, yo estoy aquí en la biblioteca imaginando a los estudiantes entrar y ver una cara nueva, yo estaré en ese momento firme y tranquilo para conocerlos, los maestros estarán con el tiempo medido y calculado por unos meses. Van a venir hasta los de bachillerato, es mi primera vez con lectores tan “grandes” y con ellos ocurre lo peor:
Primer día de clase, llegan los estudiantes, firme y sonriente los espero y firme y sonriente me dejan ahí. Siguen de largo, toman un libro, se sientan, pasa el tiempo, suena la campana de cambio de hora, sueltan el libro y se van. No estoy seguro si leyeron o posaron para una foto con el gesto de leer durante 35 minutos. Sí estoy seguro –porque la escena se repitió durante todo el día y toda la semana– de que soy invisible.
Vuelvo a casa 5 días de esa semana muy confundido, intento inventar una cura para mi mal. Directo al baño, entro con un libro y me paro frente al espejo, ahí estoy y sin embargo. Me miro a los ojos, sigo ahí. Tomo el libro, lo abro en una página cualquiera con el gesto de quien lee, vuelvo la mirada al espejo: “You talkin' to me?” (El colegio es bilingüe). “You talkin' to me?” No, no creo que funcione. “Huh? Huh?” Además no pronuncio tan bien el inglés. “Well, I'm the only one here” Nada, imposible. Intento encontrar una razón para mi mal y es posible que existan varias.
En el espejo tengo fruncido el ceño, pero no me veo serio, imponente o peligroso; en mi cara esa mueca solo me hace ver confundido. Miro el libro y me hago consciente que no es de matemáticas o ciencias, no hace parte del plan lector, no está en la lista de útiles, no tiene marcas, no está subrayado ni tiene escritas preguntas al lado o pie de página para futuros cuestionarios. En mi maletín no hay un cronograma que diga qué día empieza la lectura del primer capítulo y qué día debería estar terminado. Al final hay una hoja pegada para las fechas de devolución y, a excepción de la mía, está en blanco, yo quería que esa semana empezara a llenarse con otras fechas.
La próxima semana debo volver al ataque. Yo sé que los muchachos no tiene nada en contra mío, no es ninguna ley del hielo para el bibliotecario nuevo, sospecho que es peor: el bibliotecario no es importante para ellos, hace parte del personal al igual que las secretarias, porteros y mensajeros. Nadie especial para hablar o con quien aprender, apenas alguien más a quien saludar en el colegio. Debo volver y arremeter, hacer explotar algo que los despierte y les diga “aquí estoy yo”, debo mostrarles cómo se lee un libro sin fingir, pero rápido y sin interrupciones que el tiempo apremia y ya llevamos una semana atrasados en el cronograma.
Liniers macanudo |
Eres el mejor bibliotecario malo que conozco!!!
ResponderEliminarSigue escribiendo que te leo.