Liniers Macanudo

lunes, 26 de marzo de 2012

Bibliotecario bestia

La semana pasada 3 estudiantes corrieron ansiosas hacia mí para hacerme una de las más comunes  peticiones de los usuarios de mi biblioteca: "queremos leer un libro que tenga acción de disparos con armas y explosiones". A ese tipo de pedidos suelo escaparme por la tangente recomendando cualquier otro libro de mis favoritos, pero estas eran tres niñas y, a riesgo de sonar sexista, asumí siempre que ese era un pedido de lectores niños hombres. Así que me tomé el tiempo para explicarles que me estaban pidiendo más una película que un libro pues, para qué iban a querer un libro con explosiones si no iban a escuchar el atronador boom ni ver el fuego invadiendo la página con estrépito, que un libro no necesita de esas cosas pues tiene otras maneras de sorprender. Ellas escucharon con inusitada atención la cátedra de bibliotecario.

Cuando la conversación llegó a un punto muerto porque se me habían acabado los argumentos más obvios y porque ellas no hicieron más que escuchar en silencio, entonces me llevaron hasta el otro lado de la biblioteca donde me esperaba su  profesora para confesarme que habían derramdo una taza de café sobre mi escritorio y algunos libros habían resultado dañados por el mismo. La petición absurda de las niñas había sido una treta para distraerme mientras ellas, con ayuda de la también culpable profesora, intentaban reparar el daño de la mejor manera.

En biblioteca está prohibido el ingreso de alimentos y bebidas. Mi predecesora, una excelente bibliotecóloga, jamás habría permitido que esto ocurriera. Ni siquiera a sus espaldas, pues su fama de persona estricta habría sido suficiente para evirtar que estas usuarias hubieran tan solo pensado en cometer esta falta. Por otro lado, sé que errar es de humanos, pero por ese momento me hubiera gustado no ser visto como un humano, tal y como lo describen en este sketch de los Monthy Python, me hubiera gustado que me vieran y temieran como un  bibliotecario bestia que salta de su pequeño despacho, les quita el libro de las manos y clava sus colmillos en su blanda... Es decir, la violencia no tiene justificación, pero después de haber caído en una trampa tan tonta, despúes de haber sido engañado como el más tarugo de los bibliotecarios, ya con qué autoridad podría yo haberlas reprendido. Quise transformarme en el momento una bibliotecario orgulloso, majestuoso y feroz que las intimidara de por vida, pero es obvio que en mi caso no sería más que un disfraz, así que llegamos a un acuerdo para que entre todas pagaran por los libros.

EL olor del café ya casi no se siente en mi escritorio. Que disfruten el video tanto como yo:




No hay comentarios:

Publicar un comentario